En la lejana región de Nubia, al sur de Egipto, Ramsés II alzó dos magníficos templos excavados en la montaña, dedicados a sí mismo y a su esposa Nefertari, que despertaron la admiración de quienes los contemplaron.
Los faraones de la dinastía XIX, auténticos creadores del Imperio egipcio, siempre se habían preocupado de justificar sus conquistas territoriales y aumentar su propio prestigio. Uno de los principales instrumentos en este esfuerzo de propaganda fue la construcción de templos por todo el país. Así se advierte, en particular, en el caso de Ramsés II. En efecto, no hay edificación suya que no nos revele el papel activo del soberano derrotando a los enemigos de Egipto, o la piedad que el monarca muestra ante los dioses. Quizá el lugar donde se aprecia con más fuerza esta función propagandística es Nubia.
El «país del oro», sometido progresivamente a Egipto desde la dinastía XVIII, se encontraba alejado del poder de Tebas, la capital del país del Nilo, y en diversas ocasiones había intentado rebelarse. Ramsés II, imitando a algunos de sus antecesores, decidió utilizar el respeto a los dioses para asegurarse la obediencia de los nubios. El faraón pensó que si se mostraba divinizado en estas tierras, los nubios no se atreverían a atacarlo, ya que en tal caso se enfrentarían a un dios. Esta estratagema se desarrolló de manera excepcional en los templos de Abu Simbel, donde la esencia divina del faraón se unió con su aspecto guerrero.
El lugar escogido por Ramsés II para erigir su templo no fue casual. Se encontraba a 280 kilómetros más allá de la frontera meridional de Egipto en Elefantina, un punto a la orilla izquierda del Nilo donde se alzaban dos colinas, Meha e Ibshek, en cuyo interior había dos grutas dedicadas a divinidades locales. El faraón decidió agrandarlas y construir allí dos templos: el principal, dedicado a Re Horakhty, y otro más pequeño situado al norte, dedicado a Sopdet (la estrella Sirio), diosa a la que quedó asimilada la reina Nefertari, esposa del faraón. El templo, llamado «la morada de millones de años cavada en la montaña, Per-Rameses Miamon», estaba orientado hacia el este para que cada mañana recibiera los rayos del sol. Esto se relaciona con el hecho de que el templo estaba dedicado a Re Horakhty, la forma del sol representada con una cabeza de halcón que porta el disco solar. La estructura del templo era la característica del período: antepatio (en el exterior), pilono (la entrada monumental con los colosos de Ramsés), vestíbulo, sala hipóstila, pronaos y naos, aunque presenta particularidades decorativas por tratarse de un speos o templo excavado en la montaña.
Con 30 metros de altura y 35 de ancho se alza la majestuosa fachada del templo, compuesta de cuatro estatuas colosales, que representan al faraón sentado y tocado con el nemes y la doble corona de Egipto, portando barba ceremonial y diversas joyas.
Desgraciadamente, un terremoto que tuvo lugar en tiempos de Ramsés destruyó la mitad superior de uno de los colosos. El elemento propagandístico se acentúa en las salas interiores, en las que se muestran las victorias militares de Ramsés II. En la pared sur se relatan las batallas en Siria, Libia y Nubia, continuación de las expediciones iniciadas por su padre Seti I. La simbología presente en estas representaciones se refiere al papel del faraón como soberano de todos los países extranjeros y dominador del caos que éstos representan.
El muro norte relata la batalla más famosa del reinado de Ramsés II: la de Qadesh. Este choque, que tuvo lugar en el año 5 de su reinado, aparece relatado en todos los templos edificados por Ramsés II. Tras la primera sala hipóstila, el eje del templo nos conduce hacia una segunda sala con cuatro pilares, de carácter más cultural.
La decoración abandona los motivos propagandísticos y se centra en los quehaceres diarios del soberano ante los dioses.
El rey presenta las ofrendas ante la barca de Amón y es abrazado por diferentes divinidades. Traslasala aparece un vestíbulo transversal que precede a la parte más sagrada, el santuario. Delante de la estancia se encuentra un altar, y detrás de él, el nicho excavado en la roca. En el nicho se esculpieron las imágenes de las cuatro divinidades a las que se dedicaba el templo. En definitiva, la majestuosidad del conjunto de Abu Simbel hablaba del poder del soberano, al que se identificaba con los dioses constantemente, desde el exterior hasta la zona más sagrada.
En la imagen Jorge Hugo, foto de Fco. Verdú