La famosa pieza, que resultó ser un elemento clave para
descifrar los jeroglíficos egipcios, fue hallada casualmente en el norte de
Egipto por parte de un destacamento militar francés
A mediados de julio de 1799 (el día exacto no está claro),
hace 214 años, un destacamento militar francés, bajo las órdenes del oficial
Pierre-François Bouchard (1771-1822), se puso a desenterrar una antigua
fortaleza egipcia, denominada por los franceses Fort Julien, en Rashid
(Rosetta), en la costa norte de Egipto, cuando un soldado descubrió la llamada
piedra de Rosetta, un bloque de piedra granítica de unos 760 kilos que dos
décadas después resultó ser un elemento clave para descifrar los jeroglíficos
egipcios. En la cara pulimentada de la piedra, que era un fragmento de una
antigua estela egipcia, aparecían tres tipos de escritura: la parte superior,
compuesta por 14 líneas, estaba formada por jeroglíficos egipcios; las 32 líneas
de la parte central estaban escritas en demótico, la última fase de la escritura
egipcia; y la parte inferior la formaban 54 líneas en griego, una lengua hablada
y escrita en Egipto desde época helenística. Bouchard llevó el bloque al
Instituto de Egipto en El Cairo, recientemente fundado en 1798, donde los
estudiosos empezaron a analizarlo, aunque el significado de los jeroglíficos
egipcios se había perdido hacía más de 1.000 años. Los estudiosos comprobaron
que los tres epígrafes eran en realidad versiones de un mismo texto. La estela
contenía un decreto sacerdotal en honor del faraón Ptolomeo V, datado en el año
196 a.C. Los ingleses se la llevaron como botín de guerra a Londres tras
derrotar, en 1801, a las tropas napoleónicas en Egipto. Pero fue un francés,
Jean-François Champollion (1790-1832), quien finalmente descifró los
jeroglíficos egipcios a través de la piedra de Rosetta, en 1822. Hoy en día es
la pieza más visitada del Museo Británico de Londres.