Tradicionalmente se ha tenido la imagen de que las famosas pirámides egipcias fueron realizadas por miles de esclavos que, a base de latigazos, consiguieron elevar esas colosales tumbas. Sin embargo, lo cierto es que los constructores de las pirámides fueron obreros que, mejor o peor pagados, recibieron un salario, generalmente en especie, a cambio de su trabajo.
Al sudeste de la Gran Esfinge, se han encontrado restos de una enorme ciudad que fue habitada por los obreros que construyeron las pirámides de Guiza. Al parecer, la ciudad tuvo una población de unos 30.000 habitantes que vivían en tres zonas diferentes: la ciudad propiamente dicha, la necrópolis y, finalmente, la zona administrativa y de almacenes, que comprendía los edificios que contenían los archivos documentales, las oficinas de la administración real y los depósitos de los materiales y herramientas que necesitaban los obreros. En el cementerio se han descubierto restos de obreros, artesanos, capataces, jefes de obras y funcionarios superiores.
La administración real proporcionaba a los trabajadores todo lo necesario para su subsistencia: diferentes artículos, enseres, tejidos, alimentos y bebidas (cerveza, granos de cereales, aceite, cebollas, ajos…). Incluso tenían médicos que les arreglaban los huesos rotos y atendían cualquier enfermedad que pudieran padecer.
Estos obreros se organizaban en equipos de trabajo y cuadrillas. En concreto, en la pirámide de Mykerinos, los aproximadamente 2.000 trabajadores que la elevaron se dividieron en dos equipos de 1.000 hombres cada uno; éstos se repartieron en cinco grupos de 200 obreros y cada uno de estos grupos lo integraron 10 cuadrillas de 20 obreros.
Las cuadrillas solían tener nombres que las identificaban. Algunos de estos nombres han llegado hasta nosotros, descubriéndonos el sentido del humor que tenían estos antiguos egipcios: unos se hicieron llamar “la cuadrilla de los secuaces” y otros “Mykerinos está borracho”. Aunque, según Herodoto, Mykerinos fue un faraón bondadoso, la denominación de esta última cuadrilla ponía de manifiesto el poco respeto que inspiraba su rey y quizás también una protesta frente al poder. Como es lógico, unos esclavos no se habrían atrevido a desafiar al poder establecido de este modo.
Sin embargo, aunque no fuesen esclavos, su trabajo no dejaba de ser muy duro: trabajaban durante ocho días seguidos, descansaban en sus casas dos y fueron muy frecuentes las fracturas de huesos y los problemas de espalda.
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