En cierto modo, los jeroglíficos ofrecen una representación pictórica completa del mundo en el que vivían los antiguos egipcios. En realidad, únicamente una pequeña parte de estos signos funcionaban como ideogramas; la mayoría se utilizaban por su valor fonético y no por lo que representaban visualmente. Por ejemplo, el término «casa», que en egipcio se pronunciaba per, se escribía mediante un ideograma que representaba la planta de una vivienda.
Este mismo símbolo servía para expresar un término que se pronunciaba igual, «salir»; para distinguirlo del anterior se acompañaba de dos piernas, que indicaban la idea de movimiento. De este modo se desarrolló una escritura fonética (es decir, una escritura que únicamente representaba sonidos), la cual evolucionó hacia un sistema de complicados trazos denominado hierático, trazos que casi no se parecen en nada a los signos jeroglíficos originales. Sin embargo, los jeroglíficos nunca desaparecieron. Se mantuvieron como un sistema de escritura de prestigio, utilizado para textos de tipo religioso que se inscribían en los muros de los templos y en la superficie de estatuas, estelas, sarcófagos y tumbas, así como en el ajuar funerario. De hecho, «jeroglífico» es un término griego que significa «letra sagrada tallada en piedra». Con ello, los jeroglíficos se convirtieron en un arte, una escritura ornamental que embellecía los monumentos y los objetos a los que se aplicaba.
Los jeroglíficos se relacionaban también con las creencias y los mitos más arraigados en la cultura egipcia. Cuando los antiguos egipcios observaban la naturaleza veían una serie de ciclos de vida, nacimiento, crecimiento, muerte y renacimiento, y es este fenómeno de cambio y de regeneración el que quisieron representar mediante el ideograma de un árbol u otros elementos de su medio geográfico.
El jeroglífico, a su vez, quedaba asociado con las divinidades que en la mitología egipcia encarnaban la fuerza regeneradora; tal fue el caso del Sol y del Nilo, encarnados en Re y en Hapy, dioses imprescindibles para la vida del hombre y que eran parte integrante de la realidad física del valle del Nilo.
Los jeroglíficos egipcios estaban a menudo coloreados, aunque no siempre han conservado su aspecto original. Cada color tenía un significado simbólico especial, aunque podía ser modificado ocasionalmente por motivos estéticos. El verde denotaba fertilidad, y el blanco, pureza. El amarillo evocaba el oro y el Sol, es decir, la incorruptibilidad (la carne de los dioses estaba hecha de oro), mientras que el negro aludía a la resurrección, a la oscuridad de la noche y al mundo subterráneo. El azul se vinculó al infinito, al cielo, al agua y al aire. El rojo tenía dos significados: por un lado era el color de la sangre y de la energía del Sol; por otro lado, se usó para representar conceptos peligrosos como el desierto o Set, que asesinó a su hermano Osiris, dios del Más Allá.
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