El parte inferior de la imagen aparece algo similar a unos forceps actuales
Foto tomada en el templo de Kom Ombo x P. Mancebo en marzo 2010
Los médicos egipcios mezclaban ciencia y magia para curar las numerosas enfermedades que afectaban a sus compatriotas
Hace cuatro mil años, los egipcios ya contaban con médicos especializados a su servicio, desde dentistas hasta oculistas, que combinaban sus conocimientos fisiológicos con las invocaciones mágicas.
Desde la primera infancia, las enfermedades acechaban a los habitantes del Egipto faraónico, cuya esperanza de vida era de unos treinta y nueve años para los hombres y de treinta y cinco para las mujeres. La brevedad de esta existencia se debía a todo tipo de dolencias, para las que los textos de los «papiros médicos» ofrecían un compendio de recetas o prescripciones. Los desórdenes internos se explicaban por las anomalías detectadas en una anatomía humana de concepción muy simple, plasmada en el Tratado del corazón contenido en el famoso Papiro Ebers, fechado hacia 1500 a.C.
La larga práctica de observación había permitido descubrir muy pronto la red venosa subcutánea, que abrió el camino hacia una teoría de los conductos (met o metu) que surcaban el cuerpo humano. Éstos, dispuestos de forma radial, comunicaban los orificios naturales y las extremidades con el corazón, y transportaban gases y fluidos vitales –aire, sangre, bilis, moco, orina, semen...– al resto del organismo.
La existencia de estos metu se prestaba a confusión, porque en ellos, además de vasos sanguíneos y otros conductos, se incluían tendones y ligamentos. En los papiros médicos hay muchas referencias a taponamientos u obstrucciones de metu a causa de torsiones o rigideces; otras veces se describe la disminución de su número, asociada a la vejez. Todo ello impedía o entorpecía el paso del «soplo vital», verdadero alimento para los hombres y los dioses: «En cuanto al aliento que entra en la nariz, en el corazón y en los pulmones, son ellos los que lo dan al cuerpo entero», dice el Papiro Ebers.
Existía la idea de que la enfermedad implicaba la ocupación del cuerpo por seres extraños. Había seres demoníacos que perturbaban la salud al inocular su aliento envenenado en el cuerpo o en el espíritu del ser humano. La existencia de estos entes malignos explicaba las enfermedades. El hecho de que fuesen concebidos con aspecto vermiforme, de gusano, posiblemente tenía relación con los múltiples casos de enfermedades parasitarias que inspiraron imágenes repugnantes asimiladas con la putrefacción del cadáver. El estudio de las dolencias contribuyó a un mejor conocimiento de la anatomía humana.
En El libro de los secretos del médico, párrafo con que se inicia el Tratado del corazón (y su variante del caso nº 1 del Papiro Smith), se desvela un conocimiento celosamente guardado para los iniciados: un intento extraordinariamente logrado de describir las funciones o fisiología del corazón, adornado con un lenguaje poético: el corazón «habla» a través de los latidos en los puntos extremos del cuerpo; sólo la habilidad del médico sabe buscarlos en los pulsos, mediante la palpación con sus dedos. Según el texto, la fuente de vida es el corazón, donde tienen su sede la conciencia, los sentimientos, el pensamiento, las emociones y la rectitud. Mediante su latido se valoraban las oscilaciones del carácter de la persona y todo lo que ésta alberga de divino.
A pesar de lo dicho sobre el corazón, los médicos egipcios no tenían conocimientos avanzados de fisiología y anatomía. El mito es uno de los pilares en los que se asentaba la noción de enfermedad y curación en Egipto. Algunos dioses se ocupaban de un órgano concreto. Mediante rezos y cánticos se imploraba el remedio, y la súplica del médico ante la divinidad constituía el preámbulo de un tratamiento. El médico, pues, recurría a la ciencia y le añadía elementos rituales –desde invocaciones mágicas hasta el empleo de talismanes o amuletos– para lograr la curación.
En Egipto convivían sin estridencias el tratamiento farmacológico con el rito y la plegaria mágica, complementándose mutuamente. Junto al mito, el otro pilar de la medicina egipcia fue la enorme experiencia práctica debida a la observación de los enfermos y la enfermedad.
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