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10.1.15

El sexo en el antíguo Egipto


Los egipcios creían que en el origen de todo estaba Atum, el dios del Sol, quien se dio placer a sí mismo. Y al verter su fluido vital engendró a otras dos divinidades, Chu y Tefnut, que hicieron el amor y dieron lugar a una nueva generación de dioses. Estos iniciaron una rueda de relaciones sexuales que culminó en la creación del universo tal y como lo conocían. Y es que, tal y como afirma Josep Padró, presidente de la Sociedad Catalana de Egiptología: “El erotismo impregnaba la cultura egipcia, desde su particular cosmogonía hasta la vida cotidiana”.
Orgías religiosas
En 1824, unas excavaciones realizadas en la ciudad de Deir-el Medina descubrieron un papiro que incluía doce estampas de carácter obsceno. El documento era tan pornográfico que hasta el propio Jean-François Champollion (el traductor de la piedra Rossetta) se escandalizó al verlo. Hoy, sabemos que es más antiguo que el Kama Sutra y algunos al referirse a este documento lo califican como “la primera revista porno de la historia”.
Lo cierto es que, tal y como afirma Josep Padró: “Sus imágenes son tan explícitas y provocativas como las de cualquier manga clasificado X”. Las estampas del papiro describen acrobacias sexuales realmente imposibles. “Al ser la sexualidad algo cotidiano para los egipcios”, explica el experto, “no existían algunos de los tabúes típicos de otras sociedades”. Uno de ellos era el relativo a las relaciones prematrimoniales. Los testimonios que nos han llegado parecen demostrar que los jóvenes de uno y otro sexo gozaban de la abierta y consensuada complicidad de sus mayores a la hora de mantener relaciones íntimas.
Si hacemos caso a los mitos, Cleopatra y Ramsés II fueron ejemplos de atletas sexuales
Por el contrario, la infidelidad femenina no estaba bien vista. Respecto al matrimonio, la poligamia estaba consentida, aunque no era común y solamente se daba entre las clases más acomodadas. “Aunque más habitual que tener varias esposas era que los ricos tuvieran una sola y varias concubinas”, aclara Padró. En cuanto se refiere al incesto, esta era una práctica reservada a los miembros de la familia real.
Un caso peculiar es el de la prostitución. Según los historiadores, en la llamada Época Predinástica (en el período comprendido entre el año 4500 y el 3000 a. C.), esta tuvo al parecer un carácter sagrado. Diversos grabados nos muestran cómo se realizaban ceremonias religiosas casi orgiásticas, en las que las sacerdotisas se estimulaban incluso con objetos con formas fálicas. Estas mujeres eran las llamadas palácidas, destacaban por su belleza y su origen aristocrático, y su finalidad era la de participar en los rituales de la siembra para estimular el mítico poder fertilizador del río Nilo.
Su derivación más mundana eran las prostitutas comunes conocidas con el nombre egipcio de kat tahut, apelativo muy gráfico, ya que kat quiere decir vulva. El estudio de documentos como el Papiro Erótico de Turín parece demostrar que estas trabajadoras del sexo eran, además, bailarinas y músicas, y que se pintaban los labios de rojo como signo de distinción.
En las ruinas de Deir-el Medina, población que fue la residencia de los obreros que trabajaban en la construcción de las tumbas cercanas, la investigadora de la Universidad de Columbia Lynn Meskell ha encontrado los que parecen los restos del burdel más grande del Antiguo Egipto. “Igual que seguían al ejército, las prostitutas también iban detrás de los obreros. Donde había un asentamiento masculino, había negocio”, explica la profesora.
Allí, los historiadores han encontrado gráficos (entre ellos, uno que muestra una explícita felación) que detallan cómo era la vida de estas mujeres. Gracias a ellos sabemos que muchas se rapaban la cabeza para luego ponerse suntuosas pelucas, consideradas un seductor aditamento, y que pintaban sus ojos con una sustancia negra llamada khol, que ahora sabemos que contaba con plomo entre sus componentes. También eran numerosas las que usaban como distintivo un tatuaje con la figura de Bastet, divinidad que simbolizaba la alegría de vivir.
Las pinturas eróticas allí encontradas (y también las del Papiro de Turín) se centran frecuentemente en escenas de sexo anal. “No se puede decir que los egipcios prefirieran esta postura para al coito frente a otras”, afirma Lynn Meskell. “Más bien parece que fuera la forma que elegían para simbolizar el sexo visto únicamente desde la perspectiva del puro placer carnal.”
Mujeres en la taberna
Más frecuentes que los burdeles eran las llamadas “casas de cerveza”, donde tanto hombres como mujeres disfrutaban de la conversación y de esta bebida, tan popular en Egipto que los faraones tuvieron que incluirla en el menú de sus obreros. Hay que señalar que las mujeres que allí se reunían para “tomar copas” no eran prostitutas. Aunque la preeminencia del varón era evidente en la sociedad egipcia, ellas gozaban de una cierta libertad si se compara con su situación en otras sociedades antiguas. Y entre sus libertades estaba la de gozar de la vida social, de la bebida y de sus consecuencias. Resulta conveniente decir que la embriaguez también parece que era una realidad entre la población femenina. De hecho, hay una tumba tebana en la que se ha encontrado un grabado que muestra a una mujer ebria que vomita mientras es atendida por una sirvienta.
El Papiro de Turín es tan obsceno que el propio Jean-François Champollion se escandalizó al verlo
Pero esta libertad tenía sus límites. Numerosos poemas eróticos nos muestran que hombres y mujeres flirteaban en estos locales con total impunidad
e incluso, en ocasiones, se deslizaban a los patios traseros para hacer el amor. Así se desprende de la lectura de un antiguo documento egipcio conocido como El cuento de Setne-Khaemwaset, que relata la erótica y apasionada relación entre uno de los hijos de Ramsés II y una hermosa dama de la nobleza a la que conoció en uno de estos establecimientos, y que acabó llevándole a la perdición.
Ni que decir tiene que este tipo de relaciones eran toleradas siempre que la mujer fuera soltera. En el caso de estar casada, el marido podía repudiarla, e incluso matarla.
Otro tabú eran las mujeres extranjeras. Tener relaciones con ellas era un pecado social, y en un documento conocido como el papiro de Ankh-Sheshonq se advierte al posible incauto, diciéndole: “Guárdate de las mujeres extrañas desconocidas de sus conciudadanos. No te las comas con los ojos cuando pasan ni intentes conocerlas íntimamente.”
Más allá de lo prohibido
No obstante, aparte de la infidelidad femenina y de las relaciones con mujeres foráneas, ¿existían más límites en lo que al sexo se refiere en esta cultura? “Las muestras de arte y literatura erótica que nos han llegado”, explica Padró, “demuestran que los egipcios tenían una idea sofisticada de la sexualidad. Hasta las practicas que podríamos considerar aberrantes eran habituales y estaban, incluso, toleradas, aunque probablemente no fueran del todo bien vistas”.
Un buen ejemplo es la necrofilia. Según el papiro de Ebers, durante el reinado de Amenhotep I se descubrió que los embalsamadores cometían estas prácticas. No hay constancia de que ninguno de ellos fuera castigado por llevar a cabo dicha parafilia, pero si de que producía un claro rechazo en la sociedad. Prueba de ello es que los familiares de las mujeres fallecidas comenzaron a contratar guardias que vigilaran los cuerpos de las difuntas.
Respecto a la zoofilia también existen diversas imágenes que representan este tipo de prácticas con varias especies animales, aunque no es fácil concretar si dichos grabados ilustraban una realidad o se realizaron simplemente con intención satírica. También se ha encontrado un primitivo dildo fabricado con restos del pene de un cachalote.
Seth, el dios violador
Un caso especial es la homosexualidad. Los historiadores no tienen indicios suficientes para saber si era aceptada con naturalidad o si, por el contrario, provocaba rechazo. Conocemos, por ejemplo, en el terreno de la mitología que Seth, el dios de la fuerza bruta, forzó a Horus, deidad celeste, lo que provocó la humillación de este.
En el ámbito de la vida cotidiana, las referencias a las relaciones entre personas del mismo sexo son escasas. Una de las pocas que existen es un texto conocido como El demandante de Menfis. Cuenta la historia de un rey llamado Neferkara que cada noche acudía a casa de Sasenet, uno de sus generales.
El monarca arrojaba una piedrecilla a la ventana del militar, quien, al escuchar la señal, bajaba a encontrarse con su soberano, y este le poseía. Según explica el egiptólogo Ahmed M. Moussa, parece haber una intención críptica en este relato, pero no es posible concluir de ello que la homosexualidad estaba mal vista. “Tal vez lo único que se criticaba era el abuso que el rey hacía de su poder”, dice el experto.
Igualmente, en el Libro de los muertos se dice “no yazcas con un yacedor”, sentencia que algunos historiadores interpretan como una condena de la homosexualidad. Sin embargo, nuevamente la referencia es tan vaga que no hay ningún consenso entre los especialistas al respecto.
Existe, además, en el alfabeto egipcio una palabra que se lee /jem/ (y uno de los tres signos que componen su jeroglífico es el dibujo de un miembro viril) que, al parecer, sería el equivalente a “marica”, y a la que ciertos estudiosos atribuyen un matiz despectivo.

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