Descubrimiento de la parte superior de un sarcófago de la dinastía XVIII. © UNIVERSIDAD DE JAÉN
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En 2008, un equipo multidisciplinar, dirigido por la Universidad de Jaén, emprendió la primera campaña de excavaciones en la necrópolis de Qubbet el-Hawa, que se localiza en la margen occidental del río Nilo, justo enfrente de la moderna ciudad de Asuán, al sur de Egipto. «Las inscripciones jeroglíficas de las diferentes tumbas estaban ampliamente recogidas en el material bibliográfico, pero desde el punto de vista arqueológico no había nada de información», explica Alejandro Jiménez a Historia National Geographic. Alejandro es profesor de la Universidad de Jaén y director del proyecto Qubbet el-Hawa, en el que también participa el Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto. «El yacimiento nunca había sido excavado con una metodología apropiada y se había perdido mucha información. La idea principal consistía en retomar las excavaciones con una metodología moderna, para obtener la mayor cantidad de información posible», añade. Los arqueólogos acometieron las primeras excavaciones en la colina de Qubbet el-Hawa con cierta incertidumbre por los derrumbes que observaron en algunas de las tumbas y ante la posibilidad de que ya hubieran sido profanadas en el pasado. Sin embargo, con los años han podido comprobar que «es relativamente sencillo encontrar tumbas intactas». Cinco años después, y a las puertas de la quinta campaña de excavaciones, Alejandro Jiménez afirma que se trata de «uno de los yacimientos más importantes de Egipto, no sólo por los descubrimientos ya realizados, sino también por las relaciones interculturales que se desarrollaron en esta zona durante la Antigüedad».
En la necrópolis de Qubbet el-Hawa se enterró a los gobernadores de la provincia más meridional del Antiguo Egipto, cuya capital estaba situada en la isla Elefantina, frente a la moderna Asuán. «En la actualidad cuenta con unas 100 tumbas, de las cuales unas 70 están completamente excavadas y otras 30 están parcialmente excavadas, sin excavar o simplemente descubiertas. Creemos que todavía hay en torno a 200 o 300 tumbas por descubrir», destaca Alejandro Jiménez. «Los restos más antiguos que hemos excavado datan del año 1800 a.C., a finales de la dinastía XII, y los más modernos son de mediados del siglo V a.C., de la dinastía XXVII. Es decir, abarcan un periodo de casi 1.400 años», añade.
A lo largo de las cuatro campañas arqueológicas, los investigadores se han centrado en dos tumbas que estaban descubiertas, pero que no habían sido excavadas anteriormente: la QH33 y la QH34. La primera de estas dos, una de las más grandes de la necrópolis, es la que más sorpresas ha deparado. «La magnífica tumba número 33 pertenece a un gobernador que vivió a finales de la dinastía XII. Todavía no sabemos con total seguridad de quién se trata, pero tenemos un candidato que tiene muchas posibilidades de ser su dueño. Seguramente fue construida a comienzos del reinado de Amenemhat III. El individuo que ocupa la tumba no sólo tenía el título de gobernador, sino que también establecía contactos con las poblaciones del sur y del desierto oriental, además tenía funciones diplomáticas y responsabilidad en el comercio», asegura Alejandro. La tumba número 33 fue reutilizada posteriormente al menos en tres ocasiones, durante las dinastías XVII, XXII y XXVI. «Es decir, en primer lugar se enterró a un importante gobernador y cientos de años después fue reabierta por otros individuos que instalaron en ella su panteón familiar, además de constructores y a otras personas que pertenecían a la clase baja. Probablemente se trataba de gente que no tenía la posibilidad de construirse su propia tumba», indica el director del proyecto. Hasta la fecha se han examinado más de 200 individuos procedentes de esta tumba. El análisis antropológico de los restos óseos, que ha sido realizado por antropólogos forenses de la Universidad de Granada, ha aportado datos esclarecedores sobre las condiciones de vida en el Antiguo Egipto. «La población en general y también los gobernadores, la clase social más alta, vivían en condiciones de salud muy precarias, en el límite de la supervivencia», anunció el pasado mes de febrero Miguel Botella, antropólogo forense de la Universidad de Granada. «La esperanza de vida se situaba entre los 25 y 40 años de edad. Sufrían muchos problemas de nutrición y transtornos gastrointestinales agudos debido al consumo de agua contaminada del Nilo. La malaria también provocaba un alto porcentaje de muertes, en torno al 70%», añade Alejandro Jiménez. «En el Antiguo Egipto la muerte estaba mucho más presente que en nuestras vidas», comenta.
«En la próxima campaña nos centraremos en excavar un pozo de más de diez metros de profundidad, todavía sellado, que conduce a las cámaras funerarias principales de la tumba 33», revela Alejandro. Los investigadores también han realizado unos descubrimientos excepcionales en unas inscripciones que constituyen una de las referencias más antiguas de los pigmeos, un grupo étnico centroafricano que se caracteriza por su baja estatura. Otras inscripciones narran las relaciones que mantuvo Egipto con la antigua Nubia a lo largo de casi un milenio, lo que corrobora la importancia del sitio arqueológico. «A lo largo de este año anunciaremos descubrimientos bastante importantes», concluye Alejandro.