Cuando ciñó la doble corona de Egipto, a la muerte de su padre Tutmosis III, Amenhotep II recibió la mayor herencia jamás otorgada a ningún otro faraón. Tutmosis III, el auténtico forjador del Imperio Nuevo, protagonizó diecisiete victoriosas campañas militares que le permitieron ampliar enormemente las fronteras de Egipto y convertirlo en el país más poderoso de su época. Su imperio se extendía desde Nubia, en el actual Sudán, hasta Palestina, territorio que Tutmosis logró conquistar en la decimocuarta campaña de su reinado.
Amenhotep II fue hijo de Hatshepsut Merire, segunda esposa de Tutmosis III, y fue asociado al trono por su padre, dos años antes de su muerte. Al igual que su padre, Amenhotep II fue un faraón guerrero, que se jactaba de la formación militar que había adquirido en Menfis, así como de sus hazañas en las múltiples expediciones de caza que se complacía en organizar. De hecho, consiguió pasar a la posteridad como un aguerrido y atlético rey, con tanta fuerza física que, según sus propias palabras, grabadas en la piedra, nadie fue capaz de tensar su arco. Un bajorrelieve de Karnak, expuesto hoy en el museo de Luxor, nos muestra a Amenhotep II como arquero, disparando flechas sobre un blanco de cobre, con las riendas de su tiro de caballos atadas a la cintura.
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